La imagen que me regala el espejo (no
sé si es mía o de quién) empieza a deformarse. Las líneas de mis labios se
vuelven formas psicodélicas en permanente movimiento, y mis ojos vuelan por
fuera del marco de mi rostro. Mi mano se mueve prácticamente sola, dibujando
algo que perdí hace tiempo. Intentando recuperar con el maquillaje la unidad de
mi imagen, la línea de mi sonrisa, el reconocimiento de mi misma.
“Why so serious, my dear?” es una
frase que ya se volvió cliché, y que alimenta los pensamientos febriles que
alientan a mi mano temblorosa a dibujar líneas. Finas líneas tan borroneadas,
dispersas. Mientras que mi cuerpo empieza a desintegrarse, mis extremidades
están ya muy lejos, mi cuerpo se siente casi como si estuviese hecho de humo,
humo disperso y unido a la vez, ambivalencia.
Soy ahora una cantidad inmensa de
partículas diseminadas en el espacio, en el aire y en el suelo, sobrevolando la
habitación lentamente juntándose y separándose, todo a la vez. Mi cuerpo está
en todas partes y en ningún lado a la vez.
No hay arriba, no hay abajo, no hay
adentro, no hay afuera, no atrás ni adelante. No hay posibilidad de ir a
ninguna dirección.