4 de junio de 2013

I find our guide


“No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño.”
Poe, E. - El Gato Negro

Dicen que esa noche, la lluvia era tan fría que cada gota se sentía en la cara como pequeños trocitos de cristal haciendo pequeños cortes en la piel. Dicen que esa noche, no se podía mover los pies porque los músculos se entumecían por las bajas temperaturas. Dicen que esa noche dolía hasta respirar. No puedo decir que algo de todo esto fuera mentira o verdad, porque sinceramente no pude percibirlo, lo único que sé es que esa noche era tan oscura que me recordó a tu mirada, y que me sentí tan sola que me recordó a tu compañía.

Camine por horas bajo la lluvia recordando la tarde en que me trague mis lágrimas, la última tarde, nuestra última tarde, y doblando una esquina animada por el destino que tanto tiempo dedicamos a maldecir, o quizá llamada por alguna fuerza que sería inútil intentar describir, comencé a escuchar los gritos desgarradores de un viejo amigo, ese viejo amigo que teníamos en común ¿te acordás? Ese viejo amigo que gustaba de estar rodeado de cuervos y gatos, y del cual no nos cansábamos escuchar historias que parecía regalarnos exclusivamente a nosotros dos.

Corrí, corrí no sé cuántos metros, pero corrí lo que los pulmones maltratados me permitieron, corrí tan fuerte como pude para poder encontrarlo a él y a su eterno dolor, y cuando no pude correr más entendí que nunca hizo falta dar ni un paso más del que debí dar, porque nuestro viejo amigo nunca se había ido… Y entonces lo abracé en un rincón, y recordé las veces que él nos abrazaba a nosotros con sus palabras, con sus historias, con sus versos… Él, que siempre pareció conocernos tan profundamente me conto sobre tu dolor y sufrimiento. Él que tiene ese don para que sus palabras te duelan tanto como le duelen a él. Él que nos enseñó a comprender la belleza en lo más cotidiano de la vida, la muerte, en ese pasillo húmedo que descubrí había sido nuestro refugio durante los años principiantes, me mostro el camino para no solo enfrentarme a quien muchos años solo pudimos soñar, sino también invitarle una copa después.

Ésta carta a vos, a ese amigo, y a nuestro eterno dolor.