“No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque
simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando
mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que
esto no es un sueño.”
Poe, E. - El Gato Negro
Dicen que esa noche, la lluvia era tan fría que cada gota se
sentía en la cara como pequeños trocitos de cristal haciendo pequeños cortes en
la piel. Dicen que esa noche, no se podía mover los pies porque los músculos se
entumecían por las bajas temperaturas. Dicen que esa noche dolía hasta
respirar. No puedo decir que algo de todo esto fuera mentira o verdad, porque
sinceramente no pude percibirlo, lo único que sé es que esa noche era tan
oscura que me recordó a tu mirada, y que me sentí tan sola que me recordó a tu
compañía.
Camine por horas bajo la lluvia recordando la tarde en que
me trague mis lágrimas, la última tarde, nuestra última tarde, y doblando una
esquina animada por el destino que tanto tiempo dedicamos a maldecir, o quizá
llamada por alguna fuerza que sería inútil intentar describir, comencé a
escuchar los gritos desgarradores de un viejo amigo, ese viejo amigo que
teníamos en común ¿te acordás? Ese viejo amigo que gustaba de estar rodeado de
cuervos y gatos, y del cual no nos cansábamos escuchar historias que parecía
regalarnos exclusivamente a nosotros dos.
Corrí, corrí no sé cuántos metros, pero corrí lo que los
pulmones maltratados me permitieron, corrí tan fuerte como pude para poder
encontrarlo a él y a su eterno dolor, y cuando no pude correr más entendí que
nunca hizo falta dar ni un paso más del que debí dar, porque nuestro viejo
amigo nunca se había ido… Y entonces lo abracé en un rincón, y recordé las
veces que él nos abrazaba a nosotros con sus palabras, con sus historias, con
sus versos… Él, que siempre pareció conocernos tan profundamente me conto sobre
tu dolor y sufrimiento. Él que tiene ese don para que sus palabras te duelan
tanto como le duelen a él. Él que nos enseñó a comprender la belleza en lo más
cotidiano de la vida, la muerte, en ese pasillo húmedo que descubrí había sido
nuestro refugio durante los años principiantes, me mostro el camino para no
solo enfrentarme a quien muchos años solo pudimos soñar, sino también invitarle
una copa después.
Ésta carta a vos, a ese amigo, y a nuestro eterno dolor.
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